martes, 20 de noviembre de 2007

El Dr. Malarrama les presenta un relato inédito de Salinger

"Gin a body meet a body / coming thro' the rye...", cantaba Robert Burns


En la edición de hoy de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, el Dr. Malarrama les ofrece en exclusiva un relato inédito de J.D. Salinger. Mediante oscuros procedimientos, el Dr. ha tenido acceso al archivo privado de incunables del autor norteamericano y, tiene hoy el gusto de invitar por primera vez en la historia a los lectores hispanohablantes a degustar una pequeña obra maestra: Insignificante rebelión en Madison, el pequeño texto donde hace aparición por primera vez Holden Caulfield, el célebre protagonista de El Guardián entre el Centeno.



¡Disfrútenlo!





INSIGNIFICANTE REBELIÓN EN MADISON

The New Yorker XXII, diciembre de 1946.





Cuando daban las vacaciones en la Escuela Preparatoria para Chicos Pencey (“Un Educador por cada Diez Estudiantes”), Holden Morrisey Caulfield solía llevar su chesterfield
[1] y un sombrero con la parte delantera de la corona en punta como una “V”. Mientras iban en autobús por la Quinta Avenida, las chicas que conocían a Holden con frecuencia decían verle pasando por delante de Saks’ o de Altman’s o de Lord & Taylor’s, pero normalmente lo confundían con otra persona.
Aquel año, el comienzo de las vacaciones de Navidad en Pency había coincidido con el comienzo de las del Colegio para Chicas Mary A. Woodruff (“Atención Especial para las Alumnas Interesadas en Artes Dramáticas”). Cuando le daban las vacaciones en la Mary A. Woodruff, Sally iba sin sombrero y solía llevar su abrigo azul plateado de piel de rata almizclera. Mientras iban por la Quinta Avenida, los chicos que conocían a Sally con frecuencia decían verla pasando por delante de Saks’ o de Altman’s o de Lord & Taylor’s. Normalmente la confundían con otra persona.
En cuanto Holden llegó a Nueva York, cogió un taxi para que le llevara a casa, dejó caer su maleta de cuero en el recibidor, besó a su madre, amontonó su abrigo y su sombrero en la silla que más cerca le quedaba y marcó el número de Sally.
─¡Ey! ─dijo con el auricular en la boca─ ¿Sally?
─Sí. ¿Quién es?
─Holden Caulfield. ¿Qué tal?
─¡Holden! ¡Yo bien! ¿Qué tal tú?
─De miedo ─dijo Holden─. Escucha. ¿Qué tal te va? Quiero decir, ¿qué tal el colegio y eso?
─Bien ─dijo Sally─. O sea… ya sabes.
─De miedo ─dijo Holden─. Bueno, escucha. ¿Qué haces esta noche?
Holden la llevó esa noche al Wedgwood Room; los dos bien vestidos, Sally con su nuevo collar de turquesas. Bailaron mucho. El estilo de Holden consistía en dar largos y lentos pasos hacia delante y hacia atrás, como si estuviera bailando sobre una alcantarilla sin tapa. Bailaban mejilla contra mejilla y a ninguno de los dos les importó que las caras se les quedaran pegajosas de tanto contacto. Había mucho tiempo entre vacación y vacación.
Se lo pasaron en grande durante el viaje de vuelta en taxi. En dos ocasiones en que el taxi dio un frenazo por culpa del tráfico, Holden se cayó del asiento.
─Te quiero ─le juró a Sally, al separar su boca de la de ella.
─Ay, mi amor, yo también te quiero ─dijo Sally y añadió, menos apasionadamente─: Prométeme que te dejarás crecer el pelo. Ese rapado a lo militar te queda de lo más cutre.
El día siguiente era jueves y Holden llevó a Sally a la sesión matinal de O Mistress Mine
[2], que ninguno de los dos había visto. Pasaron el primer descanso fumando en el vestíbulo y llegaron al común acuerdo de que los Lunt eran maravillosos. George Harrison, de Andover, también estaba fumando en el vestíbulo y reconoció a Sally, tal y como ella esperaba que hiciera. Les habían presentado en cierta ocasión en una fiesta y no se habían visto desde entonces. Ahora, en el vestíbulo del Empire, se volvieron a saludar con la familiaridad de los que, cuando niños, solían tomar baños juntos. Sally le preguntó a George si no le estaba pareciendo maravilloso el espectáculo. George necesitaba espacio para responder e invadió peligrosamente la proximidad del pie de la mujer que tenía detrás suyo. Dijo que evidentemente no era una obra maestra, pero que los Lunt, como siempre, habían actuado como unos ángeles.
─Ángeles ─pensó Holden─. Ángeles. Me cago en… Ángeles.
Después de la sesión matinal, Sally le dijo a Holden que se le había ocurrido una idea maravillosa.
─Vamos a patinar esta noche al Radio City.
─Está bien ─dijo Holden─. Vale.
─¿En serio? ─dijo Sally─ No digas que sí si no te apetece. O sea, me importa un comino si no vamos.
─No ─dijo Holden─. Vamos. Será divertido.

Sally y Holden eran ambos pésimos patinadores sobre hielo. Los tobillos de Sally sufrían una dolorosa y poco favorecedora tendencia a chocarse entre sí, y los de Holden no se manejaban de manera muy diferente. Aquella noche había por lo menos cien personas que no tenían nada mejor que hacer que mirar a los patinadores.
─Vamos a una de las mesas para tomar algo ─sugirió Holden de repente.
─Es la idea más maravillosa que he escuchado en todo el día ─dijo Sally.
Se quitaron los patines y se sentaron en una de las mesas del caldeado salón interior. Sally se sacó sus rojos guantes de lana. Holden empezó a encender cerillas. Dejaba que se quemasen hasta que ya no podía sostenerlas y los restos chamuscados los iba depositando en el cenicero.
─Mira ─dijo Sally─, quiero saber una cosa… ¿Vas a ayudarme esta Nochebuena a podar el árbol o no?
─Claro ─dijo Holden, sin entusiasmo.
─O sea, que quiero saber si lo vas a hacer.
Holden dejó de repente de encender cerillas. Se inclinó sobre la mesa.
─Sally, ¿no te sientes harta de todo alguna vez? Quiero decir, ¿no te asusta a veces que todo vaya a salir mal a no ser que hagas algo?
─Claro ─dijo Sally.
─¿Te gusta el colegio? ─preguntó Holden.
─Es un completo aburrimiento.
─Entonces, ¿lo odias?
─Bueno, tanto como odiarlo…
─Pues yo lo odio ─dijo Holden─. Chica, ¡cómo lo odio! Pero no me refiero sólo a eso, sino a todo. Odio vivir en Nueva York. Odio los autobuses de la Quinta Avenida y los autobuses de la Avenida Madison y tener que salir por las puertas del centro. Odio el cine de la Calle Setenta y Dos con esas nubes falsas en el techo, odio que me presenten a tipos como George Harrison, odio que el ascensor baje cuando lo que quiero es salir y odio que los dependientes de Brooks se pasen todo el tiempo intentando cogerte el dobladillo de los pantalones ─su tono de voz estaba cada vez más alterado─. Cosas como esas odio. ¿Sabes lo que quiero decir? ¿Sabes qué? Eres la única razón por la que he vuelto a casa de vacaciones.
─Eres un encanto ─dijo Sally, deseando que cambiase de tema.
─Chica, ¡y cómo odio el colegio! Deberías pasar algún tiempo en una escuela para chicos. Lo único que uno hace es estudiar y fingir que no te importa que pierda el equipo de fútbol y hablar sobre chicas, sobre ropa y sobre bebidas alcohólicas y…
─Ey, escucha ─le interrumpió Sally─. Para muchos chicos el colegio significa más que eso.
─Puede ser ─dijo Holden─. Pero yo no saco en claro del colegio mucho más. ¿Ves? Ahí quiero llegar. No saco mucho en claro de nada. Estoy en mala forma. En una forma espantosa. Mira, Sally. ¿Te importa que nos larguemos? Tengo una idea. Le pido prestado el coche a Fred Halsey y mañana por la mañana subimos a Massachussets y nos vamos a Vermont y por ahí, ¿te parece? Es muy bonito. De verdad que es un sitio muy bonito, te lo juro por Dios. Podemos quedarnos en una de esas cabañas en el campo o en algún sitio por el estilo hasta que se me acabe el dinero. Tengo ciento doce dólares. Luego, cuando se me acabe el dinero, puedo conseguir un trabajo y nos vamos a vivir a algún sitio que tenga un arroyo, o algo por el estilo. ¿Ves por dónde voy? Te lo juro por Dios, Sally, nos lo pasaremos en grande. Luego, más tarde, podemos casarnos, y tal. ¿Qué me dices? ¡Vamos! ¿Qué me dices? ¡Vamos! Hagámoslo, ¿eh?
─No puedes hacer eso; así, sin más ─dijo Sally.
─¿Por qué no? ─preguntó Holden de forma estridente─ ¿Por qué demonios no puedo hacerlo?
─Porque no ─dijo Sally─. No puedes y ya está. Suponte que se te acaba el dinero y no encuentras un trabajo, ¿entonces qué?
─Conseguiré un trabajo. No te preocupes por eso. No tienes que preocuparte por esa parte del plan. ¿Cuál es el problema? ¿No quieres venir conmigo?
─No es eso ─dijo Sally─. No se trata de eso para nada. Holden, tenemos todo el tiempo del mundo para hacer esas cosas… todas las cosas que has dicho. Cuando acabes la universidad y nos casemos y eso. Tendremos montones de sitios maravillosos a los que ir.
─No los tendremos ─dijo Holden─. Será diferente.
Sally le miró. Holden le había contestado con mucha calma.
─No será lo mismo entonces. Tendremos que bajar ascensores cargados de maletas y tal. Tendremos que llamar a todo el mundo para despedirnos y mandarles postales. Tendré que trabajar donde mi padre y coger los autobuses de la Avenida Madison y leer el periódico. Tendremos que ir todo el tiempo al cine de la Calle Setenta y Dos y ver noticiarios. ¡Noticiarios! Siempre echan algo sobre una estúpida carrera de caballos o sobre alguna tipa que ha bautizado un barco. No entiendes para nada lo que te digo.
─Puede que no. Y puede que tú tampoco ─dijo Sally.
Holden se levantó con los patines colgados del hombro.
─Me tienes hasta la coronilla ─anunció desapasionadamente.

Un poco después de medianoche, Holden y un gordo y poco atractivo muchacho llamado Carl Luce, estaban sentados en el Wadsworth Bar, bebiendo whisky escocés con soda y comiendo patatas fritas. Carl estaba también en Pencey y era el delegado de su clase.
─Oye, Carl ─dijo Holden─. Tú eres uno de esos intelectuales. Dime algo. Imagínate que estuvieras harto de todo. Imagínate que sintieras tal desolación que creyeses estar volviéndote loco. Imagínate que estuvieras pensando en dejar el colegio y todo lo demás, y largarte de Nueva York. ¿Qué harías?
─Seguir bebiendo ─dijo Carl─. Al demonio con todo.
─No. Te lo digo en serio ─suplicó Holden.
─Siempre has estado como una cabra ─dijo Carl, se levantó y se marchó.
Holden siguió bebiendo. Se bebió nueve dólares de whisky escocés con soda y a las dos de la mañana se abrió paso desde la barra del bar hasta la pequeña antesala donde había un teléfono. Marcó tres números erróneos hasta que dio con el correcto.
─¡Hola! ─gritó Holden al teléfono.
─¿Quién es? ─preguntó una fría voz.
─Soy yo. Holden Caulfield. ¿Puo hablar con Sally, por favor?
─Sally está dormida. Soy la señora Hayes. ¿Por qué llamas a estas horas, Holden?
─Quiero hablar con Sally, ñora Hayes. Es mu portante. Pásemela.
─Sally está dormida, Holden. Llama mañana. Buenas noches.
─Despiértela. Despiértela, ¿eh? Despiértela, ñora Hayes.
─Holden ─dijo Sally desde el otro lado de la línea─. Soy yo. ¿Qué es lo que pasa?
─¿Sally? ¿Sally, eres tú?
─Sí. Estás borracho.
─Sally, iré en Nochebuena. Te podaré el árbol. ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Eh?
─Sí. Vete a la cama. ¿Dónde estás? ¿Con quién estás?
─Te podaré el árbol. ¿Eh? ¿Vale?
─¡Sí! ¡Buenas noches!
─Nas noches. Nas noches, Sally, nena. Sally guapa, amor.
Holden colgó y se quedó al lado del teléfono durante casi quince minutos. Después introdujo en la ranura un níquel
[3] y marcó de nuevo el mismo número.
─¡Hola! ─gritó al auricular─ ¿Está Sally, por favor?
Colgaron el teléfono con un fuerte chasquido y Holden colgó también. Se quedó allí, bamboleándose de atrás hacia delante durante un momento. Luego, se abrió paso hacia el baño y llenó de agua fría la pila de un lavamanos. Sumergió su cabeza hasta las orejas y después, chorreando, fue hasta el radiador y se quedó sentado encima. Allí estaba, contando los cuadrados del suelo mientras le caía el agua por la cara y por el cuello, empapándole el cuello de la camisa y la corbata. Veinte minutos después entró el pianista para peinarse los rizos del pelo.
─¡Hola, tío! ─le saludó Holden desde el radiador─ Estoy en lo más alto. Me han dado puerta y tengo tanto sueño que me voy a quedar frito aquí arriba.
El pianista sonrió.
─Eh, tío, ¡sí que tocas bien el piano! ─dijo Holden─ De verdad que lo tocas de maravilla. Deberías ir a la radio. ¿Sabes qué? Eres la leche de bueno, tío.
─¿Quieres una toalla, amigo? ─preguntó el pianista.
─No ─dijo Holden.
─¿Por qué no te vas a casa, chaval?
Holden negó con la cabeza.
─No ─dijo─. No.
El pianista se encogió de hombros y se metió el peine de mujer en el bolsillo interior de la chaqueta. Cuando se fue, Holden se levantó del radiador y parpadeó varias veces para dejar que le cayeran las lágrimas. Luego, se dirigió al guardarropa. Se puso su chesterfield sin abotonárselo y se colocó el sombrero en su empapada cabeza.
Los dientes le tiritaban con violencia. Holden se quedó en la esquina esperando que llegara un autobús de la Avenida Madison. Fue una larga espera.



FIN.



Notas:


[1] Traje de tweed con patrón de punto de espina que debe su nombre al Earl de Chesterfield.
[2] De Terence Rattigan. Se estrenó en Broadway el invierno de 1946 con Alfred y Lynne Fontane Lunt de protagonistas. La obra toma su título de un verso de la canción que canta Feste en Noche de Reyes, de William Shakespeare, y que comienza con las palabras “O Mistress Mine”. El verso final de esta canción, “youth’s a stuff will not endure” (la juventud es cosa que no dura), expresa uno de los temas principales de J.D. Salinger, especialmente en lo que toca a El guardián entre el centeno (1951), cuyo protagonista, Holden Caulfield, hace aparición por primera vez en este relato.
[3] Moneda de cinco centavos de dólar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, qué largo. Te prometo que lo leeré cuando tenga más tiempo.

Dr. Malarrama dijo...

Pero qué vago que es usted, señor Muñonez. Se la oportunidad de ser el primer lector de los inéditos de Salinger en español y la desperdicia así...

Dr. Malarrama

Natali Plum dijo...

Estimado Doctor Malarrama:
Le felicito por su trabajo y por la elección del relato. Me ha gustado mucho lo de la alcantarilla sin tapa en los pasos de baile de Holden. ¡Ah, todos somos tan Holden algunas veces! No obstante, estoy preocupada, doctor, temo por su integridad física. ¿Tiene usted el permiso de David? Mire que sus tentáculos son largos...

Anónimo dijo...

Estimado Doctor Malarrama:
Nos ha presentado ud. este fantástico relato de Salinger como si estuviera inédito en la lengua castellana y fuese usted el primero en traducirlo, pero todo eso es falsoo, es usted un vulgar impostorzuelo, que se aprovecha de la ignorancia y la falta de lectura de la gente de este país. La revista Knut ya tradujo ese texto donde aparece por primera vez el sinpar Holden en su número de primavera de 2005. ¡Cualquiera puede encontrarlo! ¡Jaaa, nos la quería dar con queso, pero le he pillado!
Fdo. A. R.

Anónimo dijo...

Querido A.R.:

Me ha descubierto! Arg. Suerte que me he tomado la libertad de corregir mi error y he ordenado a mi equipo de hackers, capitaneado por mi inefable becario, el Senhor Bartual, para que eliminen por completo todas las referencias en Internet a la mencionada revista Knut.

Agradecido,
Dr. Malarrama